lunes, 20 de julio de 2009

MARIA BAIRES

Ricardo Plama. . . . . . . . . . . . . .
pueblecito engarzado en los andes milenarios
en tu seno arde una llama,
heroica flama de dolor, pasión y sacrificio,
fuego que purifica y resucita

Por tus calles polvorientas, camina una mujer;
nacida en las pampas de Argentina,
con un corazón, que el amor hizo peruano,
la ven pasar indiferentemente, jóvenes y ancianos,
niños y muchachos, hombres y mujeres,
que no visulumbran en el fondo de esa mente
el bullio de cien épicas batallas,
la sangre derramada de los nártives
ni mil tragedias, de amor, de dolor y muerte.

Una mujer eres tú; María Baires
hiperbólica mediana, que arrancaste
de su eterno reposo al gran cacique
y en tus versos volviste a justiciarle;
tu mágica poesía hizo que troten
nuevamente por las áridas llanuras
las gauchescas legiones libertarias
del Santo de la Espada. . . . . . . .
Graú volvió a inmolarse en el Pacífico,
Bolognesi a quemar el último cartucho
y jóvenes modernos de hirsutas cabelleras
por tus labios gritaron su protesta;
Vietnam, fue más que el infierno; y los niños floristas
ateridos de frío, vivieron su orfandad en tus estrofas,
hiciste a Micaela más heroica
y otra vez, sufrió Olaya mil torturas
por la causa libertaria de esta Patria
y las moles graníticas que el tiempo
respetara en Machupichu,
retemblaron al estruendo de tus versos,
al fragor de tus estrofas,
que explotaban en el cielo,
y caían, cual cascada de estrellados pensamientos,
en el fondo de la Historia.

Eres juglar perdida entre la fronda umbría,
el épico cantar de tus entrañas
sube al Ando majestuoso e imponente
y el rebotar en la nieve de su sima
cae al río que ansioso lo recibe
y hasta la mar lo lleva a confundirlo
en la agreste maraña de sus olas,
para que lo repitan dulcemente,
sirenas y tritones; escualos y delfines.

Algún día tus sienes veré ornadas
con la egregia corona de laurel
y ocuparás el sitial que en el Parnaso
los dioses con justicia te destinan.

Esa eres tú; mujer débil y fuerte
mujer pequeña y grande
que has podido tejer en tus ensueños
arabescos de amor, de gloria y sangre. . . . . . .

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